Lo que ayer vimos en Culiacán fue la claudicación del Estado Mexicano ante el crimen organizado. Ciertamente los hechos no se explican si no es en función del deterioro que se ha experimentado en el país a partir de la denominada guerra contra el narco comenzada en el sexenio de Felipe Calderón. Bastante se ha discutido al respecto. Creo que son pocos los que pueden negar el hecho de que no era posible seguir permitiendo la actuación con total impunidad de los carteles de la droga. Si la estrategia orientada al desmembramiento de estas organizaciones delictivas era o no la más adecuada, excede notablemente los alcances de esta colaboración.
No obstante lo anterior, la responsabilidad directa de lo suscitado en la capital de Sinaloa es de la presente administración. Contrario a lo apuntado por la narrativa del Secretario de Seguridad sobre el carácter fortuito de los acontecimientos, los hechos, las imágenes y los vídeos, señalan en otra dirección: un operativo pobremente planeado, mal ejecutado y sin la más mínima coordinación. El resultado no pudo haber sido peor: la imagen de un gobierno derrotado. Por si fuera poco, en nada ayudó el silencio del titular del Poder Ejecutivo. El Presidente López Obrador, aun teniendo conocimiento de la situación, decidió abordar un vuelo comercial que lo mantendría, por lo menos parcialmente, incomunicado en uno de los momentos más críticos que ha vivido la seguridad de este país. Fiel al estilo que lo ha caracterizado cuando lo sacan de su zona de confort, López Obrador decidió aplicar la de ojos que no ven y dejó que otros asumieron la responsabilidad de dar la cara. El resultado fue desastroso y lo pintó de cuerpo entero. Finalmente, el Presidente llegó a su destino, bajó del avión y no dio declaraciones. Al Secretario de Seguridad Pública no le fue mejor que a su jefe. Desde lo que a mi parecer fue una mala puesta en escena, le correspondió la difícil tarea de desarrollar un inverosímil guion, con un desenlace vergonzoso: la liberación del detenido en aras de apaciguar a las fuerzas del crimen organizado, que se revelaban muy superiores a las capacidades institucionales. El resultado en términos de incentivos es malo. La delincuencia organizada ya sabe que puede doblegar fácilmente a este gobierno, timorato en el uso legítimo de la fuerza para la preservación del orden público. De hecho, esta debilidad ya la atestiguamos cuando grupos infinitamente más débiles que los carteles de la droga, como el de los estudiantes normalistas, también doblegaron al gobierno en torno a sus exigencias. La falta de estrategia y de coordinación, también quedó de manifiesto con la desafortunada intervención de la Secretaria de Gobernación a través de sus redes sociales. A pocas horas de los acontecimientos, la Secretaria Sánchez Cordero apareció promoviendo los trabajos comenzados por el ejército para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía. Posteriormente, sus siguientes comentarios fueron en torno a eventos relacionados con la política de género. Ni una sola palabra sobre los acontecimientos suscitados o sobre la gobernabilidad del país. Ausente en su totalidad de la realidad. Si todo esto no nos invita a la reflexión y no genera un movimiento contundente entre la ciudadanía, que exija de una vez por todas al Presidente de la República ponerse a gobernar, difícilmente se generarán los cambios que este país requiere. Nuestro México no va a progresar si no combatimos eficazmente a la violencia. Ese combate no será efectivo si no regeneramos nuestro tejido social. Y no regeneraremos ese tejido mientras no tengamos crecimiento económico. Y así, mientras el país se nos deshace entre las manos, el Presidente se nos fue a Oaxaca, relajado, relajado, relajado.
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11/5/2022 06:57:25 am
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